El Salón Púrpura

«El Salón Púrpura» era en realidad una sucesión constante de estaciones que tenían en común una decoración de cortinas rojas. «El Salón de Actos» o «Cero» era, quizá, solo la antesala o lugar de espera: un pasadizo de claroscuros en el que parecían reinar las sombras del bien y el mal. Luego: «El Salón Huk» ocultaba tras las cortinas un gran laberinto de espejos planos y cóncavos, de todos los tamaños, en que los visitantes no aptos podían perderse con facilidad hasta naufragar en la locura. «El Salón Iskay» era habitado por piadosas gárgolas, lloronas cabezas de piedra, duendecillos de barro y zánganas muñecas de arpillera; muchas muñecas. «El Salón Kimsa», también nombrado: «El Infierno de Tejada» guardaba tras las cortinas: estatuas de bronce y piedra, aun figuras de cera, y colecciones de hieráticos cuadros, entre ellos: La Dama del lince, Madona Sixtina, La Venus (de Urbino), Retrato de una dama, Retrato de Wally (de Egon Schiele), La Belle, La Godiva (de John Collier), La velada, Susana y los viejos, y La despeinada (de Leonardo da Vinci). También rondaban por «El Infierno de Tejada» los ángeles nominados para embellecer a los visitantes, o mercar tapujos para acostarlos junto a las obras de arte. «El Salón Tawa», llamado: «Tú Estás Entre Nos» alojaba una confusa maraña de traviesos retratos, máscaras, caretas y antifaces que parecían concurrir, con sus danzas y contradanzas, a una perpetua fiesta de disfraces.

Ángel Jeremiel se quedó extasiado en «El Salón Kimsa», ido en el más allá, observando absorto a Lady Godiva. Jamás en sus sagrados libros había visto una escena tan bella: una divina mujer cabalgando desnuda sobre un corcel. Por un instante, mientras los deseos eróticos lo apremiaban, se imaginó intercambiar roles con el caballo; los deseos se le disiparon al saber la triste historia de aquella dama, esposa del Conde de Mercia y Chester, Señor de Coventry, en el siglo XI. Cuenta la leyenda que Lady Godiva rogó a su esposo para que este rebajara los tributos abusivos que cobraba a sus vasallos. El Conde Leofric habría accedido con una sola condición: que Lady Godiva se paseara desnuda por las calles de la ciudad, sin más vestido que sus largos cabellos, porque creía que la Condesa no se atrevería a pasar por semejante humillación. Sin embargo, Lady Godiva aceptó el reto y terminó paseando por toda la villa, desnuda y montada en su caballo. Se dice que, en solidaridad, hombres y mujeres de Coventry cerraron sus ventanas, con excepción del fisgón sastre Peeping Tom, que en un trance de audacia divisó más allá de la cabellera de la Condesa, pero con esa revelación se cegó de inmediato y para siempre. En ese trance, Ángel Jeremiel fundió su cuerpo y su alma con el sastre ojeador y corrió hacia el salón de los espejos para asegurarse de borrar sus culpas, sin embargo, al no hallarse reflejado, comenzó a delirar.

—¡Ay, pero qué chico! —lo fustigó Lady Godiva y lanzó un tul a Jeremiel. Lo asió así, protegiéndolo de los espejos que lo arrastraban a la locura. Muy pronto descolgó una recién albergada careta de carnaval y se la puso para engreír y llenar de mimos a su pareja—: Ven mi bebito, acércate a tu reina bienhechora… óyeme bonito, ¿y a qué vinimos, lo sabes acaso?…

—¿Has hecho el amor alguna vez, has hecho el deli, el delicioso? —le musitó y lo perturbó con delicadas caricias. En seguida entornó sus labios e hizo ademanes de besar y chuparle el meñique.

—(…)

—«¿Es la Casa del Señor, acaso? ¡No! ¡No te engañes!» —oyó murmurar Ángel Jeremiel a su cucufata abuela, alertándolo desde el más allá—. «Has perdido la fe. Andas en la expiación. Vas al infierno. Allá, entre toros enajenados y cóndores atados en el lomo de la furia te arrancarán los ojos. Mira bien: ¡Los ángeles guardan el Salón Índigo por ser el pórtico del cielo!».

El «Anfitrión» Ángel Jeremiel no oyó los cantos de la sombra; a él le sonó más dulce la voz de la joven dama que lo desvestía:

—También dejarás de sangrar si le doy besitos a tu pillín —le susurró quedamente la dama del antifaz y se puso a hurgar entre su bragueta.

Aunque los demonios y duendes de la cucufata Juana Paula lo perseguían, Jeremiel sintió penetrar goces en cada poro de su piel; creyó que los mininos y micifuces amantes de don Rigoberto (el de Vargas Llosa) le lamían la entrepierna enmelada. Se puso así, a encabritar en la tentación, mucho más que leyendo los cuentos eróticos del Negro Goyo Martínez, mientras su pequeño falo se erguía hasta tensarse ardiendo a mil grados. Poco a poco, entre suaves rasguños y tiernos masajes, la cabeza de Jeremiel fue postrada sutilmente en las honduras de unos bruñidos muslos; los guiños del antifaz le mostraron la ruta del placer y unos divinos labios a los cuales besar. Sin que se repusiera de una petite morte, una ansiosa clítoris carmín vibraba y se desvestía del capuchón para ser adulada; un extraño aroma de besos y aphrodisia inundó sus narinas, y el escroto se le encrespó cuando advirtió delirar un aterciopelado higo que dejó correr trémulos hilos de miel hacia su sedienta lengua.

Su alma se puso a bramar y a navegar en albercas de placer cuando advirtió que sus testes se contoneaban en una tibia lengua de felina. Pronto lo inundaron extrañas chispas de gozo al sentir que los pies de la Condesa Enmascarada le estimulaban las nalgas. Luego lo conmovió un asustadizo deleite y se lubricó por el esfínter cuando Lady Godiva le hizo masajes con la yema de los dedos.

Ugo de Pampamarca

Uripa, Apurímac, Perú.

@ugocarrillo

Poeta quechua, narrador, ensayista, músico y comunicador. Es promotor cultural y especialista en comunicación para el desarrollo desde 1976.  Colaboró en los diarios La República, Página Libre, El Observador y El Peruano, y ha publicado ensayos varios en las revistas SER, Quehacer, Perú Hoy, Apurímac y Krónica de Huancayo. Grima: Revista de literatura. Ha participado en la elaboración y difusión del material radiofónico Kawsayninchikpaq (Para la Vida), editado por UNICEFF y la BBC de Londres.  Ha traducido y ha grabado en quechua, el poema “El Cuervo” de Edgar Alan Poe y ha grabado más de cincuenta canciones tradicionales quechuas. 

Collier, John; Godiva; Herbert Art Gallery & Museum; http://www.artuk.org/artworks/godiva-55279

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