Por todas las tierras pasaremos
Diciembre 1985. Esa es la fecha que tiene en sus primeras hojas el libro «ITROKOM MAPU RUPAN», con una tapa verde y con grandes letras blancas. Dice más abajo y en castellano “Por todas las tierras pasaremos”, arriba aparece el nombre de Víctor Hugo Castro. En este libro de pocas hojas, podemos leer palabras y escuchar voces de distintas personas. El color de su papel y su aroma nos traslada a 40 años atrás, solo algunos ejemplares han sobrevivido y cuesta encontrarlos. Hoy se ojean con cuidado, en el lomo llevan tiempo y las huellas de muchas personas, las manos de quienes trabajaron en él y de aquellos que lo leyeron. En su interior historias, poemas, cartas y referencias a la vida y a las luchas de los pobladores y pobladoras de La Legua. En su introducción cuenta ya de manera hermosa la forma en que se escribió y toda su intención, tanto así que cualquier intento actual de describir no sería justo y solo es preferible invitar a la lectura.
En este libro podemos leer a Harold, Pablo, Claudio, Gloria, Juan, Julio, Lorena, a Blanca Fuentes, la madre de Víctor, a Juan Carlos, María Angélica, Inés, José y al Negro. Algunos textos aparecen firmados solo con sus nombres de pila, y en otro solo un apodo. En un caso, se firma con la sigla MUDECHI, texto que debe haberlo escrito alguna representante de la organización Mujeres de Chile. También dentro de los textos aparece uno firmado como Pato Sobarzo, que corresponde a un poema de un amigo que participaba de las actividades y que fue asesinado un año antes por los aparatos represores de la dictadura. Todo lo que no está firmado se podría asumir que lo escribió Víctor, podemos leer sus formas, su sabia ternura, su rabia inteligente y su generosidad para que las otras voces se escuchen junto a la suya. Él en conjunto con los demás, sumado a personas de la editorial Emisión: ordenaron, editaron, imprimieron y armaron el libro. Se vendían obras de artes para buscar financiamiento y también participó la ONG sueca Diakonia quien ayudó a financiar y aportó con el texto “Aquí y allá” firmado por Juan desde Suecia, texto que muestra la colaboración que existió. Cada una de esas voces debe tener una gran historia que quisiéramos saber para entender mejor, para registrar en nuestra memoria y para buscar la forma de agradecer. Todo esto se construyó a mediados de los 80 en un mundo completamente mecánico y analógico, realidad que le da un esfuerzo y una épica belleza, sobre todo si agregamos que se hizo en un país bajo una horrible dictadura cívico-militar, en una población combativa y brutalmente golpeada.
Algunos textos están entrelazados entre sí, cuentan un mismo evento y lo que gira en torno a las acciones poéticas, porque ninguno de ellos se quedó solo en los versos, sino que también gritó y reclamó, tuvo miedo y también valentía. Los poemas y los textos cuentan las historias crudas de la realidad de la época y que muchas de ellas nos persiguen hasta nuestros días. Algunas cosas las dicen sin disfrazar ninguna palabra y en un lenguaje directo que la población entiende. En otras ocasiones en versos, atrapando la belleza de nuestro paisaje urbano, la nobleza, la dignidad y el dolor de quienes vivían los momentos que describen. Hoy, cuatro décadas después, nos traspasa una memoria valiosa que mantiene las voluntades, el amor y la consciencia en los esfuerzos que se hacen, y también compartimos el rescate de la belleza de una población y su memoria, de manera honesta y desinteresada.
Además de textos, se pueden ver fotos de la casa de la familia Castro Fuentes, su fachada, sus habitaciones llenas de elementos que llaman a la creatividad, papeles, lápices, pinturas, cuadros y plantas. También se pueden ver imágenes de actividades, exposiciones, personas pintando murales, poesías colgadas de las rejas de la plaza que era el centro de actividad y vida de la población, ahí se celebraba y se vivían las penas, se revolvía la olla común y se organizaban. También podemos ver dibujos llenos de contenido y podemos imaginar los colores elegidos. El lector se puede quedar intentando adivinar las caras, reconocer a alguien, entender los lugares y las casas. Rememora momentos aunque el que tenga el libro en frente nunca haya estado en ese lugar ni en ese momento.
Víctor era legüino, filólogo de la Universidad Patricio Lumumba de la Unión Soviética, había compartido desde antes del Golpe de Estado, con una infinidad de personas de muchos países. Había estudiado en Moscú, había estado en Praga, recorrió Europa, estuvo con amigos y colegas japoneses, griegos, entre muchos otros. A esas alturas de su vida hablaba varios idiomas, entre ellos el ruso, el japonés y el griego. Traducía y hacía de intérprete. Muy pocos o casi nadie sabía de esto, porque él no ostentaba sus conocimientos. En La Legua entregó sus saberes sobre estética, arte, literatura, enseñaba a los grandes poetas del mundo, seguía escribiendo y llevando proyectos artísticos y literarios en la población, pero también denunciando por medio de carteles, pancartas y muchos otros medios, las desapariciones, las torturas y todas las violaciones a los derechos humanos que sufrían pobladores y amigos. También se unía con otros para rescatar personas de prisión, lo hacía exponiendo su vida. En muchas ocasiones allanaron su casa y tuvo miedo de caer en prisión desde antes que volviera a su país y aun así volvió. También tenía la capacidad de trabajar por la infancia, de amar a su sobrino, de empujar a las niñas a perder el miedo a los zancos y podía opinar sobre arte y estética cuando montaban obras de teatro. Víctor partió en octubre del 2024 y dejó una serie de textos para leer y estudiar, entre ellos: “Callejuelas” (1983), “El mar de los girasoles” (1986), una Antología de poetas de La Legua “Vecindades” (1994), “Informe a Sola Sierra” (1999) y su último libro “Panantropodromo” (2018). Quedaron varias entrevistas en revistas de los 80s y también buenas entrevistas actuales en video. Tenía mucho material inédito según contaba y quería seguir construyendo en colectivo. Quizá lo más importante para los legüinos y legüinas de su obra es la fundación de la Casa de la Cultura de La Legua José Manuel Parada, una Casa-libro como se describe en el mismo “Itrokom mapu rupan” y donde en algunos textos se puede conocer cómo se gesta la idea, los sueños que tenían para el lugar e incluso sobre su inauguración.
El libro Itrokom mapu rupan es un reflejo múltiple de las personas que participaron. Una o muchas ventanas a un tiempo difícil para mirar la población, un ejemplo valiente de creación colectiva, donde se puede leer no solo las letras, sino el mundo interior de un grupo de pobladores y pobladoras que lucharon amando y creando. El título que eligieron es una consigna inalterable, “por todas las tierras pasaremos” en mapudungún. Eligen esa lengua cuando incluso en poblaciones como la nuestra, se burlaban de los nombres y rasgos indígenas. Quizá visualizando que en un par de décadas después, el Wallmapu y La Legua correrían suertes similares. La elección del nombre nos marca quizá el origen de ese camino en nuestros ancestros y que permanece como un eco en nuestras callejuelas, porque nos queda mucho por caminar sin perder el rastro, nos queda mucho por escribir y denunciar, nos queda tanto por construir amando. El libro nos muestra una infinidad de caminos y siempre nos deja elegir.
Pedro Toro
Chile
