Miro al frente.
Un inmenso mar se me adelanta.
Detrás, las luces de una ciudad inmensa
delatan el ruido y el desamor.
El agua se balancea como una pausa
y la espuma se desvanece,
dejando los restos de lágrimas
enterrados en la arena.
Fijo la vista en el horizonte
y veo su vela alejarse.
Pienso en ese viaje: (va a ser eterno)
Y vuelve a mí un amargo recuerdo.
Pienso en ese viaje entre olas imponentes
y me descalzo.
Mis pies pequeños tocan la fría, húmeda arena,
donde alguna vez escribí su nombre.
Desnudos, recorren el espacio infinito
hacia el mar y se hunden en un vacío sentimiento
de soledad.
Apenas unos pasos son suficientes para estar ahí,
enredada entre las algas
que acompañan la torpeza de mis manos
por apartar los ásperos bordes de los corales.
Ahí termino, cerrando los ojos
para por fin ser parte del paisaje,
y convertirme de una vez
en una mayúscula gota salada
de lágrimas.
Silvia Mabel Vázquez.
Buenos Aires, Argentina.
