Aquí vas a aparecer:
frente a mi ojo mágico en tu grandiosa diafanidad, héroe
que mi mente encarna cuando lo escribo;
sobre tus pies lavados por la gloria de este día,
en que soy tu pintor pobre que dibuja con palabras.
Pido a los dioses pericia y garbo.
Simetría, músculos.
Estarás parado en tu pedestal
de hombre joven que maduró a las delicias.
Una incisión, un afilamiento.
Piernas que va torteando el pulso seguro:
trigueños derroteros para los misterios del tacto;
muslos que son capiteles para palomas de sumisión.
Orbe por el que mis dedos habían suspirado.
Froto el carboncillo.
Tu pubis, rizado, guiña
como manjar ofrecido al diente hábil.
Tus testículos, tensos ahora,
son ídolos de roca para hincarse y besar.
Y tu lanza viril, hermosa como colguije de alabastro,
es apenas inquietada por mi aliento próximo
cuando hago este rasgo con un roce suave. Tu lanza
con que humillas y sirves, digna de todo respeto y amor.
Tu abdomen es un balneario de luz.
Y tus pezones son maravillas que se yerguen
cuando los toca una sola de mis yemas.
Hombros cargados con la responsabilidad de ser querido
adentro del cuerpo y del espíritu. Brazos
con que te envuelves a ti mismo y te unges solo
y posas para la eternidad.
En tus manos hago confluir
el gesto infantil y el vigoroso afán;
y no sé si son de diablillo o ángel fornicario.
Llevas tú, sobre tu mano derecha, ahora,
mi mano, y la conduces a tu ombligo para que detalle un trazo,
y lo hago y también dejo un beso más,
tatuaje que llevarás ya,
potrillo marcado por el hierro candente de la codicia.
Date vuelta; hagamos aparecer glúteos y espalda.
Círculos, rectángulos, óvalos.
Y éste es tu rostro al fin, sincero para mí;
éste tu cabello cordial como todas las nubes. Éste
el rubor con que te sonrojas por mi atrevimiento
y sonríes por haber aparecido en mi estudio.
Y tu casco de ingeniero, por último, te corona:
única prenda que te permito.
Nervioso, lustro el lienzo, tributo a la expectativa
que sólo quiere una mirada tuya de atención,
amable, condescendiente,
mientras yo permanezco arrobado en el milagro,
ya sin una palabra.
Aleqs Garrigóz
Puerto Vallarta – México

Acuarela sobre papel
Pedro Toro