
En sus cabellos corren sortilegios del viento,
así, la niña escucha gentiles trinos de aves;
pies sobre briznas del césped; bailarina
de cajita musical, prenda celeste en su corazón.
Niña del jazmín trae embrujo de cisne; viento
revuelve partículas, abren galantes flores
y cedidas a la etérea sensación de un vuelo
caen al margen del camino, una fiesta de pétalos.
Con sus manos traza un perfil de tiniebla y sombra,
la marejada devuelve claridad y destello, fuego
perenne de sus silencios, verbo y sustantivo
en su interior dibuja ideas, una danza en el Edén.
Reflejo en el espejo, sobre la barra, manos de niña,
alas perfumadas de matices, transparencias
virginales que no se miran, intuye como ave
silvestre en sigilo que va tras el claro de Luna.
Rosa de los tiempos, grácil figura en movimiento,
caminante de las eras en el escenario; bailarina
de blanco con zapatillas de caramelo de menta,
diadema de arcoíris y brillos celestiales.
Plena de gallardía en romance con el vuelo,
a la deriva la ondulación de su cuerpo,
sinergia entre sangre y nervio, acción,
y conmoción es inamovible a su edad.
Niña de largos cabellos, como girasoles;
a la escucha de un son, magia del violín,
da sensación de que volará tras la melodía
y caerá sobre sus pies, una tormenta desatada.
Una lluvia pertinaz asoma en sus ojos,
labios, en santo apetito de dulce granate
y manos, mariposas en volandas de sueños
etérea sensación de que presente no está.
Ahora con sus quince años, joven cual cisne
en tripudio con la prisa, la bailarina de ballet,
murmullos tras bambalinas, el sudor del sofoco
y la estrella que pende sobre sí; hechizo dorado.
Nunca detiene, en su memoria, andar bailarín,
y sueña a las alturas que llegará, así corta
flor de la rosa, aguzada espina, que no hiere,
y vuelve a otro vuelo para cortar más.
Danza brindan susurros de los violines,
música de fondo en su agitación, niebla
desvanece hacia las gotas del pulcro rocío,
y ardor, el fuego enciende el camino.
Dormida, es ángel querubín, su dócil pelo
trenzado, manos en las mejillas, así le mira
madre a la niña, la que nunca cansa de bailar
ni en las riberas oníricas de otros escenarios.
Un día, a los veinte, danza bajo la lluvia,
no sueña sus lanzados al aire, la bailarina
siempre cisne, eclipsa al Sol con movimiento,
tormenta y serena brisa que, se abren paso.
Caminante de la vereda, selva el confín,
los colores en sus manos, presas del arcoíris,
mueven diestras al compás de la melodía del piano,
rostro inamovible, ternura y acción en andanza.
Caminante de la mar, agua es acomodo, pasea
la suavidad en sus manos, presa del celeste
sumerge candorosa, renace una Venus del Milo
plena de gracia entre los nácares de grises perlas.
Caminante de la vida, danza es destino y augurio,
en la claridad de su alma, presa en su espíritu,
revela la aurora y el ocaso, la sintaxis de pasión
desborda en el preludio de su joven vida.
Lanzada a la altura es comunión y melodía
en sintonía, bailarina en sensación inmóvil
como si el tiempo detuviere, así, en su memoria
traza constelación al futuro de sus pasos.
Bailarina en plenitud, con sus veinticinco
dama en ritmo entreverado de pies y manos,
con los violines de fondo, y el piano en sinergia,
al bailarín, en su engarce, lleva al adagio.
Su mirada es presencia, y ausencia de dolor,
romántica devoción, no vuelve hacia atrás,
y sujeta, como el alma al corazón, al ave
a su nido, la llama a la hoguera, Luna tras el Sol.
En el silencio de su alcoba, y mientras duerme,
sueños devuelve no las hazañas de su cuerpo,
solo somera idea de que nunca alcanzará
azul estrella del cielo, ni la joya de su interior.
A la madurez de sus treinta, ave soñada,
vestida de blanco tul y plumas en la diadema,
cisne blanco que irá tras el príncipe azul,
arrebato da amplitud a su salto, y cae ante él.
Oscuros giros bajo la tormenta, Lago de los cisnes
oleadas de blancas aves tras la emperatriz, toda
hecha de pluma, lleva delicado rostro de mujer
ligero andar y aromas sustanciales del amor.
Toda ella, plena de gracia, longitudes de ave
a la deriva del camino, y cazada volverá danzarina
de tiempos medievales, la copa de oro y el vino
el juglar cantará breve historia, don y sabiduría.
Sobre puntas de sus pies, la bailarina da entrega,
sinergia de los momentos agitados, placido vuelo
y encendido corazón, romperá las frías tinieblas,
gozo exquisito cuando volviera, otra vez, el cisne.
El tiempo transcurrió para la frágil bailarina,
cajita musical y dulce cisne de belleza etérea
entregados a la sazón de pasada juventud, siente
hálito de dragón exhausto, y perenne fuego.
Flama de su vitalidad, siempre es brillo
enredo vivo de su interior, trasiego de faena
en la inconmovible puesta de escena, la danza,
el espíritu que, deja tras la gran montaña.
Vuelve sobre sus pasos más allá del destino,
flor de fuego no desvanece, no es espectadora
de visiones, o los fortuitos deseos de otras,
en la palma de su mano, el cisne es ella.

María Isabel Galván Rocha
61 años
México
