Cuando abandonamos la ciudad nadie pensó en los ganadores de toda la tragedia. Después de siglos viendo su población mermándose hasta la casi completa extinción. Los ajolotes de Xochimilco se volvían ahora los grandes señores del lago de Texcoco.
Al principio un tanto desconcertados. Con el paso de los días los diminutos anfibios aprenderían los oficios de la ciudad inundada. Las técnicas milenarias de los tacos de canasta, las tortas de tamal y la garnacha. Aprendieron de arte y cultura antes vedado por la tierra, e hicieron de Bellas Artes una fiesta rosa mexicano. Con el tiempo, cuando pusieron a andar las líneas del metro, decidieron hacer los paseos gratuitos para que todos pudiesen visitar parientes fuera del lago. Los domingos se volvería popular pasearse en familia por Reforma. Nadando entre las alas de un ángel sumergido, que ahora les dice a ellos que son libres.
Rafael Santos
Guadalajara, México
25 años.
