Despierto y me doy vuelta, para encontrar un cuerpo que no reconozco a mi lado. Son las cinco de la mañana y está empezando a amanecer, pronto despertaran los demás y tendremos que irnos; y si no me visto pronto tendré que dar muchas explicaciones que no quiero ni necesito. De a poco, mientras despierto, las respuestas a cómo termine envuelto en sábanas ajenas empieza a aclararse en mi mente. ¿Fue una buena noche? Creo que sí.
Trasteo para encontrar el celular y muevo a mi compañera para que despierte, mientras me empiezo a vestir, pero me confundo cuando me llama por mi apodo. Un apodo que no oigo hace años.
Me doy vuelta sorprendido, y la miró, aún algo dormida, cubierta por las sábanas, pero con los ojos abiertos. No lo ha dicho por error, la sonrisa de sus ojos lo delata.
— No me recuerdas, ¿verdad?
Em… ¿cómo?
— ¿De anoche? Tampoco tengo tan mala memoria, suelo recordar las cosas.
— Nos conocemos de antes, vos y yo. En ese entonces no te presentabas en sociedad con tu nombre completo.
Ah, sí, por supuesto. Una porquería. Para el chiste servía mi apócope, aprendí a odiarlo.
— Si… probablemente
Anoche dijo que se llamaba Ari. O al menos así se presentó. Ari… ¿ariella? No puede ser.
— Veo que descifraste de quién se trataba — me dijo, al ver mi rostro —. Un gustazo verte. Hace mucho tiempo nadie sabía nada de vos, aunque me alegra saber que tu problema con los rostros sigue siendo una realidad.
Okey. Más allá de que el adolescente en mi está alegre, el adulto está evaluando cómo rescatarse de esta situación. Ha pasado mucho tiempo, han pasado muchas cosas, y esto parece bastante inverosímil.
Por supuesto. Hay cosas que nunca cambian. Aunque siendo honestos, hace mucho tiempo que quería verte.
— ¿Así? — me pregunta
Imbécil.
— ¿Puedo mentir? — asiente —. No.
Se estira y me da un golpe con la palma abierta en el hombro.
— Hablando en serio, quería verte. Hace mucho que no sé nada de ti. ¿Queres tomar un café?
— Veo que sigues haciendo las cosas en el orden incorrecto — me alzo de hombros —. Pero si, bajemos.
Termino de vestirme y abro la ventana. Las calles de una ciudad que estoy empezando a conocer despiertan y yo no sé cómo sentirme. Parte de mi quería viajar lejos para dejar de lado mi historia, pero ella está condenada a perseguirme adonde vaya. Me volteo para verla, terminándose de vestir.
— Es tu primer día aquí, ¿verdad? Me dijiste eso anoche… espero que no me estuvieras mintiendo — asiento con la cabeza y señaló el saco que tenía puesto, en donde se puede ver mi pasaporte. Ella lo saca del bolsillo y lo empieza a revisar.
— Ahí está la visa. Llegué ayer a la tarde.
— Y vienes de dar un giro bastante grande. No te hacía tan viajante — dice, antes de guardar el mismo en el bolsillo de su camisa. Supongo que migraciones lo retendrá un tiempo.
— Ey. ¿Puedo saber hasta cuándo?
— No sé. Tendremos que discutirlo.
Se coloca el sobretodo encima y me arroja el saco. Termino de vestirme y la miró, preguntando cuál será nuestro próximo movimiento. No creo que pueda salir sin ella de este lugar.
— Conozco un café excelente a unas cuadras. Acompáñame, y ahí hablaremos de tu pasaporte.
Tengo que ceder una cosa. Si esta es la parte de la historia que me sigue, no tengo ninguna queja con el universo.
M. German Rodríguez R.
Argentina
