El bosque de las brujas

Durante la primera década del siglo XVI, comenzó a correr una leyenda por tierras escocesas, sobre el que más tarde se le conocería como el bosque de “Las Lágrimas”; nombre que recibiría por los numerosos sauces llorones que había en el lugar.
Y contaban, que aquel era el sitio escogido por las brujas del país, para encontrarse y celebrar sus ritos. Sin embargo, hubo gente muy interesada de que aquella historia no fuese tenida en cuenta y para ello, acudieron al conde Wesley solicitándole que la desmintiera.
Este, con ánimo de quitarse de encima a las gentes del pueblo, hasta amenazó con treinta azotes a todo individuo que difundieran noticias de aquella índole, por considerarlas infundadas.
Pero ya se sabe, que cuanto más se prohíbe una cosa, más interés suscita entre las gentes por averiguar la certeza o no de su existencia. Y eso fue lo que llevó a que dos jóvenes campesinos, guiados por su afán de protagonismo, comenzaran a recorrer en sus momentos libres, por los diferentes bosques en busca de cualquier señal, que avalase la leyenda.
Les costó, pero ya dicen que quien la sigue la consigue. Y así, meses más tarde, durante un paseo por una zona poco conocida y cercana a la costa, escucharon el murmullo como de una letanía, que de entre los árboles de aquel bosque surgía. Aquello les hizo pensar, que se encontraban cerca de un grupo de gente que por el sonido que emitían parecían estar rezando.
Y no andaban equivocados. Al llegar a un claro del bosque, distinguieron a un grupo de diez mujeres que, en círculo y entrelazadas por las manos, bailaban mientras proferían una serie de palabras a modo de una letanía, que no acertaron a comprender.
Pero, en la quietud del lugar, el viento les hizo llegar un murmullo, que ellos entendieron, eran conjuros, por los que solicitaban algún poder a Satán. El sitio poseía gran número de árboles. Sin embargo, predominaban los sauces llorones y tras de ellos se ocultaron.
Los jóvenes contemplaron como a medida que el círculo y sus componentes daban un giro completo, estas iban dejando sus cuerpos sin sus vestimentas.
Y ya sin ropa, se pasaban de una a otra, una gran copa de cristal de color rojo con un brebaje, que ellos desde la distancia no pudieron distinguir.
La sorpresa surgiría, cuando ambos reconocieron, de entre las mujeres que había en el círculo, a la esposa del alcalde. En su excitación ante tamaño descubrimiento, agitaron las ramas del árbol que les ocultaba, provocando que la ceremonia se detuviera.
—¿Qué ha sido eso? —Gritó alguien del grupo.
—No lo sé —dijo la mujer del alcalde —pero no me gusta nada. Si nos descubren, podemos ir todas a la hoguera.
Los mozos, mientras tanto, seguían sin apartar sus miradas de los pechos de aquellas mujeres que, desmelenadas por el baile, se encontraban todavía en cueros.
Y en esas estaban, cuando oyeron los ladridos de unos perros que avanzaban hacia el lugar. Como si esto fuera una señal, cada una de aquellas brujas, tomando sus ropas, se encaramaron a los árboles tan rápido como pudieron, para ocultarse.
Cuando llegaron los perseguidores al claro, no encontraron nada más que una copa grande de color rojo rota sobre el verde del prado. Los perros la olieron y aquello fue su perdición. Comenzaron a dar vueltas sin sentido. El brebaje contenido en la copa les había hecho perder su olfato.
Los adiestradores que los llevaban quedaron sorprendidos de tal acción y no comprendían lo que les pasaba. Aquellos perros eran grandes cazadores y ahora, parecían poco menos que simples canes.
Los jóvenes, viendo lo que había ocurrido, se deslizaron tan silenciosos como pudieron y una vez alejados del sitio, emprendieron una loca carrera hacia el pueblo. Tan pronto estuvieron en él, se prometieron el uno al otro, no mencionar para nada lo que habían visto.
Primero por miedo a no ser creídos y lo segundo, porque más de un vecino, si supiera lo que hacían sus mujeres, podría alterar la vida pacífica del pueblo.

Fernando Arranz Platón
España

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