Tras el ventanal; ensombrecía el cielo con gris tormenta,
y mientras la memoria mía, se negaba a quedar atrapada
como mi cuerpo, tras los muros del hogar, gotas primeras
caerían sobre la tierra de los álamos, percibiría su petricor.
Mi vida tras las paredes del hogar; y silencio en mi mente
quebró horizontes a los días de la pandemia, hoy salpican
las aguas del aguacero en mi cabeza, mis cabellos húmedos
como hará un año atrás, sin crudas sensaciones, hoy invade.
Un sentir carcelero; como ave en una jaula de oro —el hogar—,
temor instaura que, uno u otro hálito, uno u otro ser humano
dejé su alícuota en el mío; una pandemia de terror expandió
sus impurezas, hubo que cambiar, y el empeño que fuera así.
Otro mundo, en cuestión de las horas, el viaje del avión aquel,
atrapados en el laurel de las derrotas, la gente mudo quehacer;
distancia sana para quedarse; ¿Será siempre? fortuito beso
de amistad en el vuelo de la lejanía, y apretón solo de corazón.
Un extraño planeta en herencia; un virus enrarece las formas
y virtudes de una costumbre ancestral; hoy somos prisioneros
del cuerpo, mas no las miradas, tan libres como golondrinas,
nuestros ojos hablan y saludan, reflejos de un espejo del alma.
Entre el amor y odio —por las tristezas de un tiempo marchito—
recuerda la fragilidad con que se viste el cuerpo y el alma;
somos los colores de una nueva emoción que vendrá, sin temer:
para aprehender otros bastiones, nuevas mudanzas, otros hechos.
María Isabel Galván Rocha
México
